Alumnos del centro de FP Somorrostro, en Bilbao, y jóvenes estudiantes de la ONG Hahatay de Gandiol, en Senegal, comparten una jornada

Alumnos del centro de FP Somorrostro, en Bilbao, y jóvenes estudiantes de la ONG Hahatay de Gandiol, en Senegal, comparten una jornada para hablar de la gestión sostenible del plástico y la conservación del medioambiente.

EL PAIS. LOLA HIERRO. 8/4/2019

La playa de Gandiol, un pueblo pesquero y humilde de la región senegalesa de Saint Louis, se ve en los folletos turísticos como un paraíso de aguas brillantes y arena blanca. En la vida real, los desperdicios se acumulan desde la orilla hasta las primeras casas: restos de botellas, bolsas, envoltorios de toda índole… Entre la porquería que tiran los vecinos despreocupados y la que llega procedente del mar, arrastrada hasta allí desde otros lugares, la suciedad se está convirtiendo en una pesadilla que nunca acaba.

Este problema no pasa desapercibido para todos los habitantes, especialmente para los jóvenes que suelen participar en las actividades culturales y educativas de Hahatay, un proyecto de desarrollo social y educativo fundado y bien arraigado en el mismo Gandiol. Estos chicos y chicas, la mayoría estudiantes, llevan a cabo charlas de sensibilización y batidas de limpieza, y también se han acostumbrado a reciclar casi cualquier tipo de material, incluso para construir edificios: su aula de radio, a partir de neumáticos es el mejor ejemplo. Pero de poco sirven estas acciones; faltan recursos públicos como camiones de recogida, falta educación ambiental entre la vecindad… Falta de todo.

Ante una situación así, cualquier herramienta, idea o solución es bienvenida y una de ellas es la que ha puesto en marcha un grupo de alumnos del Centro de Formación de Somorrostro, en la localidad vizcaína de Muskiz. Están a más de cuatro mil kilómetros de Gandiol, pero también viven de cara al mar y conocen su valor. Sin moverse de Euskadi, van a echar una mano para dar una segunda vida a la basura que mancha este pueblo senegalés.

La iniciativa de los estudiantes vascos ha sido unirse a Precious Plastic, una comunidad global e internacional fundada en 2013 por Dave Hakkens, joven diseñador holandés preocupado por el impacto de la contaminación en el planeta. Cinco años más tarde, cientos de personas de todo el mundo han puesto en marcha su propio taller. Entre ellas, 11 en España. Su punto de encuentro es una página web desde la que se trabaja para encontrar una solución a la contaminación plástica compartiendo conocimientos, herramientas y técnicas de forma gratuita. El logo, una bolsa de plástico blanca atada a un palo a modo de bandera, dice mucho del espíritu de esta comunidad.

«Fue Hahatay. Ellos se acercaron a Somorrostro para pedir ayuda para llevar a cabo el proyecto», rememora Sofía Juanes, profesora del ciclo de educación y control ambiental de Somorrostro. El centro educativo posee instalaciones amplísimas que incluyen talleres repletos de máquinas y materiales que se pueden utilizar libremente. Pero, salvo en horario de clases, suelen estar en desuso. «Ellos conocían los modelos de Precious Plastic y nos propusieron que intentáramos construirlas para luego llevarlas a Gandiol», cuenta la maestra.

Dicho y hecho, los profesores elaboraron un plan y lo presentaron a los alumnos, y estos se estudiaron los planos y técnicas necesarias para construir la recicladora que propone Precious Plastic. Está compuesta de cuatro dispositivos realizados con materiales básicos —casi todos reciclados—, y son fáciles de elaborar si se poseen conocimientos básicos de mecánica y electricidad. El coste aproximado de un juego completo ha sido de unos dos mil euros que ha asumido el centro educativo como parte de su labor social.

Una mañana despejada de mediados de marzo, Sofía Juanes, otros maestros y 15 alumnos de Somorrostro reciben a Assane, Fatu, Cheikh, Ndeye, Birane, Khadim y Diarra. Son siete estudiantes procedentes de Gandiol y habituales en las actividades de Hahatay. Han viajado hasta España para participar durante una semana en diversos programas educativos, culturales y sociales de la mano de la ONG y de su contraparte en España, la asociación Sunu Xarit Aminata. Por supuesto, no puede faltar una visita a quienes están colaborando con ellos en la distancia. «Cuando les hemos dicho que venía aquí gente de Senegal, se han alegrado de poder conocer a los que luego van a utilizar estas máquinas», dice Juanes sobre sus alumnos.

Los jóvenes de Gandiol y de Muskiz , todos rondando la veintena, se reúnen en torno a diversas mesas en una de las aulas del centro educativo. Predomina la timidez en los primeros momentos, pero pronto se rompe el hielo gracias a las actividades que han preparado los maestros. La diferencia idiomática no es un problema porque algunos de los africanos saben español y quien más o quién menos, chapurrea el francés. Lo que no se entiende, se arregla con gestos, y para la hora del recreo ya se sienten todos como en casa.


ESTE PROYECTO SIRVE PARA QUE LOS ALUMNOS TENGAN SU PROPIO RETO

SOFÍA JUANES, PROFESORA


Tras un breve tentempié, los alumnos vascos conducen a los senegaleses hacia los talleres donde están construyendo las cuatro máquinas para explicar el proceso y el funcionamiento. Son una trituradora para convertir los residuos plásticos en fragmentos pequeños, una extrusora, que los moldea, una inyectora, que los calienta e inyecta en el molde del objeto que se quiera conseguir y una compresora que presiona ese plástico caliente dentro de dicho molde. Un vistazo a las creaciones de quienes ya se han puesto manos a la obra en todo el mundo, desde Indonesia hasta Serbia, pasando por España, da una idea de sus posibilidades: fundas para teléfonos móviles, boles y utensilios varios de cocina, baldosas para suelos y paredes, joyería, muebles…

Una vez lleguen los artefactos a Senegal, el objetivo es organizar un trabajo de recogida, limpieza y clasificación de los plásticos para luego reciclarlos con las máquinas y transformarlos en otros objetos que se puedan usar como tejas, sillas, banquetas, mesas, baldas, tiradores de puertas… «Elementos que sean útiles allí para utilizarlos en otras cosas que se están haciendo: Se están construyendo muchas escuelas, por ejemplo», abunda Sofía Juanes.

Para llevar a cabo este proyecto colaborativo se han implicado ocho alumnos de educación ambiental, ocho del módulo de construcciones metálicas y soldadura y toda la clase —unos 20 estudiantes— de sistemas eléctricos. También se han involucrado miembros del ciclo de prevención de riesgos laborales. «Hacen falta todos. Los de soldaduras ya tienen parte del armazón hecho y ahora es el turno de los de electricidad, pues falta acoplar lo eléctrico para que funcionen la máquinas», describe Juanes. Los de prevención de riesgos laborales analizan qué tipo de peligros podrían correr las personas que se pongan delante de la máquina para elaborar unas instrucciones de seguridad y los de educación ambiental han estudiado en qué se pueden convertir los siete tipos de plásticos que existen y cuáles dan los mejores resultados.

Sobre la marcha, alumnos y profesores han detectado que algunos de los croquis utilizados tienen partes mejorables, y pretenden actualizarlos porque ya se están planteando repetir la experiencia el próximo curso. «Este proyecto sirve para que los alumnos tengan su propio reto. Les decimos que ellos pueden mejorarlo porque saben más y pueden hacerlo mejor. Y lo intentan».

Las clases en el centro de formación profesional de Somorrostro acabarán en mayo, y esto quiere decir que quedan dos meses escasos para culminar el trabajo. Luego habrá que decidir cómo se envía todo hasta Senegal. «Creo que les está gustando, están entusiasmados», opina Juanes.

Entusiasmados se muestran al final de la jornada cuando los maestros de Somorrostro proponen despedirse bailando. Han pasado las horas previas inmersos en debates muy serios sobre cómo reducir el uso del plástico en la vida diaria, y todos tienen ganas de un poco de diversión. Un alumno se arranca a tocar el acordeón y una profesora la pandereta. Los anfitriones interpretan música tradicional vasca, pero acaban cantando a voces y mucha guasa La gallina turuleca. Luego, al contrario: los invitados hacen sonar en el ordenador del aula algunas de sus canciones favoritas y sacan a bailar a todo el que pueden. Y, así, danzando, acaba la visita.

(Fuente: EL PAIS. 8/4/2019 . Lola Hierro. https://elpais.com/elpais/2019/03/28/planeta_futuro/1553784439_591521.html  )